martes, 23 de diciembre de 2008

CUBA Y SU REVOLUCIÓN EXISTEN PORQUE SIEMPRE SE HAN SABIDO DEFENDER



por Wilkie Delgado Correa

El primero de Enero del 2009 se cumplirá medio siglo del triunfo de la
Revolución Cubana. Este acontecimiento se celebrará con una revolución
victoriosa, a pesar de asedios, amenazas, agresiones y planes públicos
y secretos de la potencia más poderosa de la historia, Estados Unidos,
que para materializarlos se coligó con todos los poderes y fuerzas
reaccionarias que en el mundo rendían pleitesía genuflexa a la nueva
Roma americana, como la calificara Martí.

Una pequeña isla del Caribe, realmente un archipiélago pequeño, se
empeñó en una empresa histórica, contra viento y marea, en esta parte
del mundo occidental, integrado por potencias que consideraban como su
“destino manifiesto” en el siglo XX la obediencia servil al nuevo amo
que fue capaz de derrotarlas durante los siglos XVIII, XIX o XX, según
los casos particulares.

Surgió así una especie de “santa” alianza, de grandes y pequeñas
naciones, que bajo las órdenes de la gran inquisidora, desarrollaron
maniobras y estrategias, verdaderos complots de rufianes, que les
asignaron para destruir a la Revolución Cubana, esgrimiendo como
motivo este o aquel pretexto o subterfugio, en distintos períodos de
estos cincuenta años.

En esta cruzada contra Cuba y su Revolución participaron enemigos
naturales, internos y externos, y muchos otros obligados o no, en
circunstancias determinadas de los acontecimientos nacionales e
internacionales de un mundo en que los países poderosos y engreídos en
vez de regirse por la Carta de las Naciones Unidas, parecían –y aún
parecen- guiarse por una Pancarta con un código elemental de
violaciones estúpidas de las normas y principios de derecho
internacional reconocidos en la bendita Carta de la ONU. Esta Carta
que merecía y merece respeto, y que constituye la norma de las
relaciones esenciales entre los Estados, ha sido irrespetada no sólo
en el caso de Cuba, sino en cuantos casos consideraron necesario
aplicar el principio bárbaro del ejercicio de la fuerza.

Así que contra Cuba se ensayó todo y se proclamó aquello, vaya Ud. a
saber cuantas veces, de que “el fin justifica los medios”. Sin
embargo, en estos casos, tanto los fines como los medios fueron
siempre espurios, ilegales, inmorales, deleznables, despreciables,
condenables, y todos caben ser calificados como criminales.

Esta es la verdad, y si hoy Cuba revolucionaria existe y si la
Revolución Cubana sigue victoriosa, es porque indudablemente en estos
cincuenta años siempre se han sabido defender consecuentemente y en
todos los terrenos. Ha sido de tal magnitud la defensa de todo un
pueblo de su Revolución, su obra más acabada a lo largo de siglos de
historia heroica, que causa asombro esta epopeya homérica de la
contemporaneidad, pero que también causa rabia, mucha rabia, a sus
recalcitrantes e inveterados enemigos.

Si existe la Revolución es porque el pueblo cubano aprendió de su
historia pasada que la división en política es la derrota y la muerte,
mientras que al instaurar una nueva política revolucionaria tuvo la
convicción de que la unión era lo contrario: la victoria y la vida.

Si existe la Revolución hoy es porque dirigentes y dirigidos, con
Fidel al frente, jamás traicionaron el juramento de no ponerse de
rodillas ni inclinarse servilmente ante los enemigos, por poderosos que fuesen.

Si existe hoy la Revolución con su fuerza moral intacta es porque no
sólo proclamó a voz en cuello que la defenderían con una consigna de
patria o muerte, sino que todo el pueblo estuvo dispuesto a morir en
su defensa como demostraron miles de cubanos caídos en combate en
todos los momentos en que fue preciso defenderla con la vida.

Si existe la revolución a pesar de toda la ofensiva desatada por el
imperio y sus aliados contra ella, fue porque ante cada plan de ataque
se le enfrentó con un plan de resistencia superior y concebido para
vencer sin hacer ninguna concesión de principios, sin sentir ni
mostrar miedos ante sus reales intenciones destructivas, sin ninguna
vacilación en la consecución de los sueños y realidades que eran la
razón de su existencia.

Si la Revolución fue, es y será una fuerza impulsora de los hombres y
del pueblo, ha sido porque su obra demostró y demostraba que era
posible realizar en bien del pueblo lo que históricamente siempre
pareció imposible, porque así lo había establecido la despiadada
injusticia social, la ignorancia y el engaño prevalecientes desde siglos.

Si hoy existe una garantía de la perdurabilidad de la Revolución, es
porque más allá de sus propias limitaciones y de las muchas más
impuestas por sus enemigos, se mostró creadora, fecunda, generosa, y
repartió lo mucho y lo poco al pueblo cubano y a la humanidad a los
que pertenecía. Esa solidaridad desbordante, nunca antes vista en la
práctica política internacional, la acercó e hizo más íntima al alma
de las naciones del mundo que recibieron el abrazo y la ayuda
fraternos. Por eso la defensa de la Revolución rebasó la frontera
propia y tuvo un firme bastión dentro de las fronteras de los otros
pueblos del mundo, que reconocieron en su momento la disposición de
Cuba a realizar cualquier sacrificio y a defender como propios los
intereses y causas legítimos de todos ellos, hermanados en una lucha y
destinos comunes como integrantes de la humanidad.

Si hoy existe Cuba y su Revolución es porque no aceptó ni dejó ofensas
a su dignidad sin responder a cualquier precio, ni creyó en cantos de
sirenas, ni permitió que les introdujeran caballos de troya como parte
de ofrecimientos aviesos.

Por estas y muchas otras razones, hoy existe la Cuba revolucionaria y
su Revolución triunfante desde hace cincuenta años, “cuando la bestia
fuera derrotada por el bien del hombre”.

Y nadie podrá negar jamás que entre las razones principales para
tantas certezas de la existencia y victoria de la Revolución Cubana,
se encuentra en lugar prominente el liderazgo, la personalidad, la
ejecutoria, la grandeza de la vida y la obra de Fidel Castro, que
logró lo que pocas veces se logra o se ha logrado: una plena
identificación entre el líder y el pueblo, entre el líder y la obra de
la Revolución.

Fuente: Aporrea org

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